viernes, mayo 05, 2006

Lo resume bien...

Pablo Sebastian (no, no es el pianista de Parada), nos resume el esperpento, el ridículo en que se ha convertido Cataluña, gracias a su tripartito, y gracias también al siempre-sonriente-no-importa-lo-que-pase Presidente del Gobierno.

Lo del Gobierno tripartito de Pasqual Maragall en Cataluña no tiene nombre. Se le puede llamar “la cosa” porque es un ejemplo flagrante y diario de cómo no debe de ejercerse la política, la democracia y la libertad, porque todo ello ha sido objeto de las más pintorescas vicisitudes (...)
va a votar “no” al Estatut toda la Esquerra, porque en contra de lo que había decidido la dirección de este partido pidiendo votos nulos, los jóvenes y las bases, que son las que mandan en ERC, han decidido que hay que votar “no” como el PP. Y Maragall se ríe de que su Gobierno se le subleve, se mofe de él y se oponga al que ha sido su empeño estatutario porque a los de ERC les parece poco nacionalista y sobre todo porque el PSC lo ha pactado con CiU, y esa deslealtad amorosa y política ellos no la pueden soportar. Y en el fondo también porque les ha engañado Zapatero, que le dijo una cosa y luego les cepilló el Estatut —como dice Guerra—, aunque no de una manera suficiente como para que sea constitucional.
(...)
a Maragall no se le ocurre otra cosa, a la vista de los problemas que va a tener el referéndum catalán, que anunciar la ampliación de las horas de votación del referéndum porque ha visto que Berlusconi —su ídolo, de ser— hizo lo mismo en Italia, aunque don Pasqual olvidó un pequeño detalle: que en Italia esa posibilidad es legal y en España no. Y otra vez a rectificar, de igual manera que Carod ha de pasar del voto nulo al no.

Y esto ha ocurrido en sólo un par de semanas, porque si nos remontamos a meses o a los pasados años de este Gobierno el inventario de disparates sería inagotable —la caída de Carod del Gobierno por su entrevista con ETA, el 3 por ciento de CiU, el hundimiento del Carmel, la selección de patines en Macao, la corona de espinas, el boicot a la Olimpiada de Madrid rebotado en cava, las broncas de Maragall y Bono delante del Rey, el lío del Estatut de nunca acabar, lo del castillo de Montjuich, la censura oficialista a los medios audiovisuales, los informes multimillonarios de la Generalitat, etc., etc.—, y no metemos en todo ello al ministro Montilla, líder del PSC y ministro de Industria.

Porque si introducimos el factor Montilla —y no digamos el de Carod— entonces nos íbamos a topar con la OPA de Gas Natural y la oposición del Tribunal Supremo, de un juzgado de primera instancia, del Tribunal de la Competencia y de la Comisión Europea de Bruselas, además de saberse lo de la cancelación de los altos créditos del PSC por La Caixa, en pago por los favores prestados, y como guinda el lío de Evo Morales contra Repsol, donde Montilla —un rojo neonacionalista, de origen andaluz y que trabaja para la burguesía y aristocracia financiera catalana— también tiene su cuota parte, al igual que ocurre en la censura de los consejos audiovisuales contra la libertad de expresión o en el reparto sectario de nuevas concesiones audiovisuales.
Y esta tropa ha puesto España patas arriba gracias a la sonrisa y el talante de Zapatero, al que apoyó Maragall en el congreso del PSOE y en justa correspondencia recibió del luego presidente del Gobierno la promesa de que apoyaría en Madrid el Estatuto que aprobara el Parlamento catalán, cosa que tampoco cumplió. Un Estatuto, por lo demás, que no contenta a nadie y que sirve de acicate para el nuevo lío andaluz y a esperar a ver qué sale del País Vasco.